Bailar kizomba, nos hace romper algunas barreras del espacio personal; por la intimidad del abrazo, la conexión de muslos, pecho, abdomen, etc.,

Y hasta ahí, todo bien. Pero… ¿por qué usáis nuestra cabeza como si fuera el respaldo del sofá? (Si te ha salido una sonrisilla, igual estás en ese grupo o te ha pasado).

Cuando no estás cómoda en esa postura, es de esas cosas que te tensan al límite. Y al día siguiente, desearías que la persona con la que te sucedió, te dijera mientras te guiña un ojo: “-Toma, un vale para ir al fisio, por lo de ayer”. Porque desplazaste tanto el cuello para alejar tu cara de la suya, que piensas que se te ha alargado para siempre. Y qué a partir de ese día, pasas a formar parte de la tribu de las Padaung (sin tener que hacer si quiera el ritual de los anillos).

Mis amigas y yo, tras un social de kizomba

Por otro lado, acepto la diversidad y las posibilidades que ofrece el baile. Supongo que hay followers que prefieren ese contacto, porque dota de cierta teatralidad a la acción, un poco como en el tango.

A veces, observando bailar así a alguna pareja, divago e invento un final alternativo de “Titanic”. ¿Os acordáis de la parte en la que los músicos tocan por última vez? Pues imagino a esas personas tan juntas, pegando sus frentes, mirándose a los ojos, mientras echan el último baile de su vida (sí, soy un poco peliculera).

Bueno, ahora es cuando me sincero, y tonterías aparte, reconozco que a veces, cuando bailo con alguien que me transmite una energía agradable, tranquila y/o reconfortante, no me importa que suceda…

Para no enrollarme más, ahí va la conclusión de una bailarina espontanea: TODAS las formas de bailar son aceptadas y válidas, siempre y cuando haya CONSENSO de las partes y ESCUCHA, tanto de la comunicación verbal, no verbal y paraverbal. 

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